Sukuzi Kizashi

Una obra de culto

Seguramente sea cierto que la propia evolución de una marca, al fin y al cabo de un producto que se muestra en un escaparate globalizado y universal, conlleve como resultado final obras de mayor rango, de culto, lo que en automoción se denominan modelos de imagen; que no buscan cifras sino admiración para, posteriormente, arrastrar clientela. Pues en esta coyuntura, con el sector de nuevo en picado por la retirada de la ayuda directa del Gobierno a la compra de coches y la subida del IVA, se encuentra Suzuki, que presenta en sociedad a la berlina Kizashi, un modelo que ya es una realidad en Estados Unidos y que a final de este mes llegará a España con una única motorización, un 2.4 litros gasolina de cuatro cilindros con una potencia máxima de 178 cv y un par motor de 230 Nm a las 4.000 revoluciones por minuto (rpm).
Como referente en segmentos más pequeños y en el de los SUV, la japonesa Suzuki decide ahora explorar otros mercados de mayor tamaño para satisfacer a otra clientela distinta. La longitud de este sedán es de 4,65 metros de longitud, sensiblemente inferior al de cualquier rival, ya todos, europeos o sus compatriotas japoneses, contrastados, aquí en España: Citroën C5, VW Passat, Audi A4, Opel Insignia, Honda Accord o Toyota Avensis, por citar algunas unidades. En una primera toma de contacto, la cota que salió más perjudicada acentuada más si cabe por la inclusión del techo panorámico- es la altura, de 1.48 metros, a pesar de unos asientos delanteros regulables eléctricamente y que te aproximan bastante al suelo. La habitabilidad en la cabina es suficiente, con una distancia entre ejes de 2,70 metros y una anchura de 1,82, apto para que dos personas de talla grande viajen en las plazas traseras, una tercera iría muy justa, a pesar del buen trato que han recibido los asientos, terminados en cuero y con butacas no excesivamente largas para que los pasajeros traseros puedan estirar cómodamente las piernas.
Rival directísimo del Chevrolet Cruze, los directivos de Suzuki insisten en que para España apenas se producirán en el primer año fiscal 200 unidades. El niño terrible, así lo han apodado sus creadores, rezuma un ambiente interior extrarodinario, de alta gama, con materiales de mejor apariencia que tacto y que recuerdan mucho (parte inferior de la consola central, volante, relojes de instrumentalización y botones) a un Mazda6. Desarrollado el habitáculo conjuntamente con el nuevo Swift, un negro elegante lo invade todo, creando un fascinante contraste con la iluminación azul de todo el panel central. El salpicadero es de calidad, envolviendo una panorámica delantera afilada, para agudizar su carácter deportivo. La combinación de deportividad y elegancia en su cabina es permanente, se mire por donde se mire. La consola central está bastante limpia, huyendo de complicaciones, con la parte superior destinada al audio -incluyendo una pantalla digital azulada con toda la información- y la inferior para el climatizador.
La carrocería es robusta y musculada, con un frontal en el que destacan unos faros prominentes de diseño redondeado y que en su parte final van a parar a una rejilla de refrigeración de nido de abeja, alcanzando a un paragolpes afilado en el que las luces antinieblas quedan encuadradas en las aletas laterales. El portón, sutilmente abombado, unos pasos de ruedas sobredimensionados, unas llantas de aleación de 18 pulgadas de clara inspiración japonesa y una línea de cintura notablemente elevada, actúan como base de una línea de techo redondeada hasta la tapa del maletero, donde un pequeño spoiler en el que se fija la tercera luz de freno, unos grupos ópticos modernos y cuadriculados que invaden los hombros del coche y una doble salida de escape cromada e independiente, cierran la escultura.
Con un único acabado, Sport, habrá dos versiones disponibles en este Kizashi: la de acceso, con tracción 2WD a las ruedas delanteras y una transmisión manual de seis velocidades, supone un desembolso de 28.495 euros; la superior, con el mismo motor 2.4 litros, pero con tracción integral desconectable y un cambio automático de variador continuo CVT, incrementa su precio hasta los 31.495 euros. Son precios, que con estos motores, no tienen parangón en España. Además, el equipamiento de serie incluye más elementos que otras berlinas: llantas de 18, techo solar, spoiler trasero, faros HID, faros antiniebla, retrovisores exteriores calefactables y eléctricos, volante multifunción deportivo acabado en cuero, levas al volante (en el modelo automático), Radio CD-MP3 con conexión Bluetooth para el teléfono móvil, USB; y a nivel de seguridad, control automático de velocidad, airbags frontales, laterales, de cortina y rodilla, ESP, control de descenso (en el CVT), función de asistencia en frenada y sensores de aparcamiento.

Confort, seguridad y deportividad

La primera conclusión que sacamos después de la primera toma de contacto con el Kizashi es que en España, sin motor diésel a la vista, tendrá poca repercusión, a pesar sus sobresalientes prestaciones y unas buenas sensaciones de confort, seguridad y deportividad. Son 178 cv de potencia a las 6.500 vueltas en un propulsor voluminoso de 2.4 litros, lo que más que en un coche aguerrido o temperamental, le convierten en un coche templado y progresivo en el que el máximo rendimiento motor es complicado de alcanzar, salvo que bajemos mucho de marcha segunda o tercera– a velocidades superiores a los 100 km/h. Todo esto, claro, con la intención de reducir el consumo final de combustible, que en ciclo mixto se fija en los 8,8 l/100 km. En cuanto a las emisiones de gases de CO2 son de 183 g/km en el 4×2, mientras que en el modelo con tracción total se incrementa hasta los 191 g/km.

Por carretera de montaña, los frenos de disco funcionan bien, no notamos excesiva fatiga, y el reparto de pesos es correcto, no brillante. El coche tendía ligeramente a irse de morro, aunque los controles y un muy buen guiado mantenían con bastante pulcritud la trayectoria deseada. Su sonido de motor es agradable, de motor grande que todavía podía haber sido estrujado más, para convertirlo en un propulsor bronco. En la cabina, los ruidos mecánicos y aerodinámicos son imperceptibles; algo más se deja notar el roce de los neumáticos con el asfalto. Sobre el Kizashi manual, los recorridos de la palanca de cambios eran más bien largos, sirviendo la sexta velocidad de deshago. Esta característica, cada vez más generalizada para reducir emisiones y consumos, hacen, sin embargo, del Kizashi un coche divertido por carreteras viradas, ya que el juego continuado con el cambio manual nos permite saber dónde está su límite. En vías rápidas, bien asfaltadas, su aplomo es extraordinario, superior incluso a otras berlinas japonesas, que no filtran tan bien las irregularidades del asfalto.
Por último, recordar que en diciembre de 2009 Suzuki y Volkswagen alcanzaron un acuerdo de colaboración en toda la gama de producto, que se extenderá a motores, chasis, transmisiones o incluso modelos. El asunto es que cada marca ya tiene sus propios planes de trabajo, imparables a medio plazo por el elevado coste que ello supondría, y estas mejoras, evoluciones y especificaciones con sello VW no llegarán a Suzuki hasta dentro, por lo menos, de tres años.

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