Chrysler Crossfire Roadster

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SENSACIONES EUROPEAS CON ESTILO AMERICANO

Chrysler tiene ya en el mercado la versión roadster del Crossfire. Esta configuración descapotable viene como anillo al dedo del llamativo modelo, que sin perder eficacia y comportamiento, gana en encanto y posibilidades lúdicas.

Cuesta 42.625 euros que lo colocan en un lugar interesante dentro del mercado, al quedar por debajo de los modelos alemanes. Entre ellos el SLK, modelo con cuya anterior versión comparte buena parte de la mecánica. Lo que no comparte es el sistema de techo rígido articulado y recurre a la tradicional capota de lona, con accionamiento eléctrico, eso sí. Con el techo recogido el viento no llega a ser molesto hasta 140 km/h permitiendo un buen agrado de marcha, algo a lo que contribuye también un volante grande, a lo Mercedes. La única pega que supone es que la anchura, ya de por sí algo limitada, se resiente en el puesto de conducción por este motivo exactamente lo mismo que en el cupé, lógicamente. No obstante el habitáculo biplaza es agradable y bien acabado.
  El motor Mercedes-Benz 3.2 litros V6 rinde 218 caballos que no suponen ningún alarde para su cilindrada, pero a cambio responde con brío a bajo y medio régimen, como pone de manifiesto su cifra de par máximo de 310 Nm, a solo 3.000 rpm. Emite un bramido muy agradable que es todo un placer amplificado ahora por la ausencia de techo. Permite alcanzar una velocidad punta de 242 km/h y acelerar de 0 a 100 km/h en 6,5 segundos.
Nuestra unidad estaba equipada con el cambio automático de 5 velocidades y función secuencial denominado Autostick por Chrysler, aunque es de origen Mercedes-Benz como el resto de la mecánica. Dado que la palanca del cambio manual es bastante molesta de utilizar por diseño y colocación, la caja automática se convierte en una opción interesante por su buen funcionamiento y comodidad, aunque a cambio cuenta con una marcha menos que el manual. La diferencia de precio a favor de la versión manual es de 1.600 euros, pero el automático consume un litro menos en ciudad que afecta al ciclo combinado en tres décimas menos que el manual, según las mediciones homologadas, y por tanto es absolutamente recomendable.
El bastidor ha recibido los refuerzos necesarios para no perder rigidez respecto a la carrocería cubierta, y en el recorrido que hicimos no percibimos vibraciones en curvas o baches. El incremento de peso respecto al cupé es de 36 kilos, una masa extra muy comedida que se explica porque la base de ambos modelos parte del roadster SLK. El comportamiento tiene un toque deportivo pero menos acentuado que en casi todos sus competidores. Se puede pasar un buen rato a ritmo vivo en cualquier trazado pero también se agradece un grado de comodidad asegurado a pesar del estado del firme. Cuenta con ESP, control de tracción, ABS y asistente de frenada para unos discos de 300 mm delante y 278 detrás que según el fabricante permiten decelerar de 100 a 0 km/h en 38 metros.
Conserva el espectacular alerón que se despliega a partir de 100 km/h y está equipado con prácticamente todo lo que se puede pedir, incluyendo equipo de música Infinity de 240 W y seis altavoces, asientos eléctricos y de cuero, que por cierto es de buena calidad, no como la que nos tenía acostumbrados el fabricante en modelos precedentes. Las llantas siguen la máxima del coche: ante todo, espectacularidad, con aros de 18 pulgadas en el tren delantero y 19′ en el trasero y neumáticos en medida 225/40 y 255/35 y para terminar con tanto detalle una crítica al maletero, que es todavía más pequeño que el de la versión cubierta. Tiene 190 litros de capacidad con la capota extendida, que se reducen a 104 si está plegada.
Carlos Lera, Autocity
17 de Junio de 2004

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