Rush, en cines

Rush arranca motores este fin de semana en los cines españoles con Daniel Brühl encarnando al tricampeón mundial de Fórmula 1 Niki Lauda y recreando la temporada de 1976 en la que el piloto austriaco sufrió un gravísimo accidente en el circuito alemán de Nürburgring. Siendo justos, Rush es mucho más que Lauda, Fórmula 1 y aquel recordado trompazo en el Infierno Verde que le cicatrizó la cara para el resto de sus días. Rush es la puesta en escena de dos personalidades extremas, dos hijos desheredados, y dos profesionales que se necesitaban mutuamente para alcanzar tal grado de genialidad en una pista de competición. Lauda y Hunt, Hunt y Lauda, el Yin y Yang automovilístico de los 70. O eso pensaba Lauda.Rush recrea la temporada de 1976 en la que el piloto austriaco sufrió un gravísimo accidente en el circuito alemán de Nürburgring
Como en el deporte, y como en muchas películas norteamericanas, Rush pone sobre la mesa la dualidad entre dos personajes (Lauda y Hunt): para que haya un protagonista tiene que existir un antagonista. Y así empieza la trama, con Lauda, el protagonista, desembarcando en la Fórmula 3, el reino de Hunt, británico, de clase alta, con un padre que es corredor de bolsa y que tiene más olvidado a su hijo que la subida del IPC a los trabajadores españoles. Detrás de este guaperas, interpretado por Chris Hemsworth, una troupe de ínfimos colaboradores que hacían las veces de director de escudería, representante, ingeniero o mecánico. Todos comiendo del plato de lentejas de un niño pijo y consentido como Hunt, que fue el primero en encargarse de que a Lauda lo conociese el resto del paddock como ‘cara rata’.El guaperas rubio, vividor, y de sangre caliente contra el ‘cara rata’ analista, calculador y obsesivo
LAUDA, EL PRIMER PILOTO PROFESIONAL
Niki Lauda, ‘cara rata’, tuvo sus primeros enfrentamientos con Hunt en estas categorías de promoción. Dio el salto a la Fórmula 1 con las modestas escuderías de March y BBM entre 1971 y 1973. También procedente de una familia rica, Lauda encontró la frontal oposición de su padre para desarrollar su carrera en la máxima competición automovilística. Lauda, a su manera un rebelde, invirtió todos sus ahorros para obtener un crédito financiero que le permitiese acceder a la F1. Cuando lo consiguió, aquellos equipos se dieron cuenta de que su fichaje había llegado a aquel mundo de pilotos altos, chuletas, golfos y ligones para cambiarlo. Lauda fue el primer piloto profesional de la parrilla. Lauda era un bicho raro, después de correr se bajaba de su monoplaza y no se juntaba con las chicas play boy del paddock; Lauda se iba directamente a su garaje y junto a sus mecánicos, él ejerciendo de ingeniero jefe, echaba largas horas hasta que conseguía la mejor puesta a punta de su máquina. Lauda fue el precursor del piloto desarrollador, el precursor de los Prost, Schumacher o Alonso. Un obseso del peso, la potencia y la fiabilidad de sus coches, a los que estrujaba hasta la última milésima de segundo. Su fama trascendió del box de BBM y llegó a oídos de Enzo Ferrari, recomendado por su antiguo compañero Clay Regazzoni, que desde 1974 también se convirtió en su escudero en el equipo italiano. Lauda llegó a ese mundo de pilotos altos, chuletas, golfos y ligones para cambiarlo
Hunt, ese chico rubio y de ojos azules que convertía las artes amatorias en su tarjeta de presentación, estaba ajeno a todo lo que sucedía detrás de las bambalinas del Gran Circo, suficiente tenía con mantener contestas (y satisfechas) a las groupies que se morían por los rincones más prohibidos de su escultural cuerpo, trabajado, no en el gimnasio, sino en la noche, entre Gin Tonic y Gin Tonic, entre porro y porro. Hunt simplificaba toda la liturgia que seguía Lauda: llegaba al circuito directamente con su vestimenta nocturna de crápula, vomitaba para quitarse los nervios (y la resaca) y corría más deprisa que nadie, o como conversaba (no amigablemente) con Lauda, frenaba más tarde que ningún otro. Sin embargo como todo genio, mitad rebelde, mitad maldito, entraba en cólera cuando las cosas no salían como él quería. Hunt había sido adelantado por Lauda, no en la pista, sino en los despachos: Hunt quería su Fórmula 1 porque no tenía dudas de que era el piloto más rápido del planeta, incluido Lauda.
En la temporada 1973, Hunt logra debutar de manera apresurada en la Fórmula 1. Sin patrocinador, su troupe le consigue un volante, precisamente, en el equipo March. Fueron temporadas aciagas para un Hunt que demostraba su tremendo talento al volante y una alarmente irregularidad para ser un piloto competitivo de cara al campeonato mundial de pilotos. Frente al ‘tomo el 20% de riesgos, ni un punto más’ de Lauda, Hunt cargó a sus espaldas con la fama de genio sin cabeza. ¿Un Kimi Raikkonen de los 70? Pues el finés así lo pensó esta misma temporada cuando lució un casco especialmente diseñado en honor a Hunt (la imagen que acompaña este párrafo) y que finalmente se vio obligado a retirar porque Bernie Ecclestone avisó a Lotus, su escudería, de que se trataba de publicidad encubierta de la película ‘Rush’.
En noviembre de 1975, Hunt casado con una mujer de pasarelas y encamado con el resto de señoritas del paddock, vivía uno de sus peores momentos profesionales. Depremido, arruinado, alcoholizado y sin volante para correr la temporada siguiente, una llamada de última hora cambió su vida y también la de Lauda. Ante el apogeo de Lauda y Ferrari, McLaren fichó al chico malo de los circuitos. James Hunt se enfundó el mono de la escudería británica con una única premisa: reeducarse fuera de la pista para ser el número uno dentro de ella, y así hacer olvidar el legado del brasileño Emerson Fittipaldi, que en 1974 hizo campeón por primera vez a la tierna McLaren (con apenas una década de experiencia en la F1) del mundial de pilotos y constructores. En 1976, Lauda y Hunt llegaban por primera vez en igualdad de condiciones.
Sin embargo, la rivalidad en la élite entre ambos se difuminó rápidamente, como si no quisiese aparecer en los libros de historia de la F1. Después de ganar el Mundial de 1976, Hunt se retiraría de la competición, en 1978, abandonando en 10 de los 16 grandes premios disputados. Aquella efervescente rivalidad nunca más se volvió a dar: Lauda ganó otros dos mundiales más (77 y 82) y, según Hunt, ‘Niki era el único hombre que había quedado más guapo después de quemarse la cara’; Hunt se convirtió en una especie de celebrity paseándose por buena parte de los platós y programas de la televisión británica. Cuando en 1982 se volvieron a cruzar, en las calles de Londres, Hunt iba en una bici con las ruedas pinchadas y un aspecto desaliñado. Se reconocieron. Ya no se volvieron a ver más. Hunt, alcoholizado y endemoniado consigo mismo, moriría en 1993 de un infarto. Niki Lauda, que convirtió el hobbie de los aviones en su nueva cartera de negocios, hoy sigue siendo un asiduo a los grandes premios, y todavía se emociona, tan frío y distante él, cuando habla del piloto que le obligó a abondonar precipitadamente la cama del hospital para, un mes y medio después del brutal accidente de Nürburgring, regresar a los circuitos y defender su corona: James Hunt, el hombre que vivía cada día como si fuese el último de su vida.

Para saber todo lo que sucedió en el campeonato de 1976 de F1, tendréis que acudir al cine a ver ‘Rush’

Cuando en 1982 se volvieron a cruzar, en las calles de Londres, Hunt iba en una bici con las ruedas pinchadas y un aspecto desaliñado

El accidente de Lauda en Nürburgring en 1976
Gran Premio de Japón – Circuito de Fuji: última carrera de 1976

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